6 – 7 marzo
Dejamos El Chaltén lloviznando, dirección este, y al cabo de un par de kilómetros, sale el sol. Vaya, lo normal por estos lares. Esta es una de las ventajas de ir hacia el este. La otra, es que el viento sopla por detrás, con lo que la conducción es mucho más silenciosa y relajada. Vamos a buscar la famosa ruta nacional 40, con destino a la ciudad Perito Moreno (es un lío que usen el mismo nombre para la ciudad, el glaciar, el parque nacional y no sé cuántas cosas más, situadas todas ellas en sitios dispares).
Hacemos noche en la Estancia Santa Thelma, a 47 km al norte de Gobernador Gregores. Queremos, al menos una vez, experimentar la vida en una Estancia (como una Hacienda en España, pero en grande), la charla con los anfitriones y otros huéspedes. Pues vaya chasco que nos llevamos. Éramos los únicos huéspedes y los anfitriones no estaban.

Os explico un par de cosas para que entendáis lo grotesco de la situación. Los anfitriones son una pareja de franceses y la mayoría de huéspedes que pasan por allí son de esa nacionalidad. Ellos están en la Estancia durante la temporada turística, de noviembre a abril (unos seis meses) y el resto del tiempo lo pasan en Francia. Durante este tiempo, una pareja de campesinos chilenos (de la isla de Chiloué, una zona muy deprimida económicamente), se encargan del mantenimiento y puesta a punto de la Estancia para la siguiente temporada. Ellos solos, 6 largos meses. El caso es que la anfitriona se había caído del caballo unos días atrás y se había roto la clavícula. Decidieron llamar antes de tiempo a la pareja de chilenos para que acudieran a la Estancia y ellos se volvieron a Francia. Lo grotesco es que le encargaron a la pobre pareja chilena que se ocuparan también de la actividad turística de la Estancia (cabalgatas incluidas) hasta el final de la temporada.

Y en esas llegamos nosotros. Sus primeros huéspedes. Marita ha descrito nuestra estancia en esta Estancia como una de las más caras y con menos prestaciones. A mí, todo me recordaba la casa de mi abuelo. Los muebles, los ruidos, el olor y el frío. Porque Marta (la señora chilena) no pudo (yo tampoco) conectar la calefacción en nuestra habitación. Hacía décadas que no dormía con tanto peso encima.

Durante el desayuno tuvimos la oportunidad de charlar con Marta. Nos contó que habían comenzado a trabajar en la Estancia el invierno pasado, que era una gran responsabilidad porque están solos medio año y que hay mucho trabajo de mantenimiento porque el anterior encargado no hizo nada durante la pandemia. Se lamentaba porque no sólo habían tenido que abandonar su casa dos meses antes de tiempo, sino porque tenía que ocuparse de los huéspedes (ellos son campesinos, gente sencilla, no hosteleros). Lo curioso es que ellos solo hablan español y estaba nerviosa por como comunicarse con los turistas. Se alegró de poder entenderse con nosotros.
Durante un paseo por los alrededores de la zona edificada de la Estancia, notamos una pierna de caballo tirada en uno de los campos. Cuando le preguntamos a Marta sobre el motivo de estar allí, nos comentó que era para alimentar a los perros. Y añadió: “Esto es normal aquí. Nosotros no hacemos esto en Chile, a los perros les damos restos y huesos. Pero a los argentinos parece que les sobre de todo”.
