5 – 10 de octubre
En Villa Pehuenia nos alojamos en un encanto de cabaña. Se estaba a gusto allí, confortable, calentita y con vistas al Lago Aluminé.


El lugar es muy bonito, pero como hizo mal tiempo un día, no pudimos pasear a gusto por la zona. Se nota que estamos a los pies de los Andes, y que la primavera apenas acaba de empezar. Hace frío, hay nieve y carreteras cortadas al tráfico. De hecho, la pequeña estación de esquí del pueblo (gestionada por la comunidad Mapuche) todavía estaba abierta.


Dejamos Villa Pehuenia y nos dirigimos a la frontera para pasar a Chile por el Paso Icalma. No termino de entender los procesos en las aduanas chilenas. Esta vez nos han hecho pasar las maletas y mochilas por los rayos X, pero el coche ni se lo han mirado.
Nos dirigimos al PN Conguillio, que al parecer es el segundo más visitado en Chile, después de Torres del Paine. Es viernes, y resulta que es un fin de semana largo (han movido el día de la Raza – en España, día de la Hispanidad, al lunes anterior), con lo que nos encontramos con un parque bastante lleno.

Nos alojamos dentro del Parque Nacional en unas cabañas ecológicas en medio del bosque (La Baita Conguillio), muy amplias y cómodas, con agua caliente y todo, pero con calefacción de estufa a leña y sin cobertura móvil ni WiFi. El problema de las estufas a leña es que al cabo de unas pocas horas se apagan, con lo que al levantarse por la mañana hace un frío que pela. Tened en cuenta que las mínimas por allí eran de un par de grados bajo cero.


El sábado nos hicimos la ascensión al mirador de Sierra Nevada (preciosas vistas), primero por un sendero estrecho y después por una senda en la nieve de un pie de anchura. Y lleno de gente, todos en fila india, bastantes de ellos con incontinencia verbal y muy molestos si lo que deseas es escuchar la naturaleza. Durante un rato tuvimos a cuatro bilbaínas detrás nuestro, que aparentemente trabajan en Santiago de Chile y que tenían que discutir sobre el trabajo durante la caminata. Sobre el equipamiento, algunos llevaban crampones, otros, raquetas de nieve y la mayoría, como nosotros, sólo botas o incluso bambas.

La subida por las zonas empinadas con hielo-nieve eran complicadillas, pero lo peor fue la bajada. Marita resbaló de culo incontables veces, pero valió la pena. El estacionamiento para acceder a este sendero estaba lleno de minibuses. Según nos explicó José, empleado de las cabañas y experto fotógrafo de fauna local, hay empresas que llevan a turistas desde Santiago hasta el Parque Nacional durante la noche, se hacen el sendero durante el día y vuelven a Santiago por la noche. Es un turismo malo para la zona, La Araucanía, una de las más pobres de Chile. El domingo notamos menos gente en el Parque. Hacemos varias excursiones por las coladas de lava que dejó la última erupción del volcán Llaima y por el bosque de araucarias.

La verdad es que los árboles deben de estar dopados por aquí, ya que son enormes.


El lunes nos vamos a la Reserva Nacional Malalcahuello, que es más o menos, el siguiente valle al norte de donde estábamos. Pero como la carretera que atraviesa el Parque hacia el norte está cortada por nieve, tenemos que dar un gran rodeo para llegar a Malalcahuello, casi tres horas que serán más porque el coche se nos vuelve a recalentar al subir las cuestas de Icalma por grava y tenemos que detenernos varias veces para dejar enfriar el motor. Definitivamente tenemos que buscar un concesionario Mercedes.
Por fin llegamos a la cabaña que hemos reservado en Malalcahuello. Y nada más presentarme me suelta el dueño: ”che, tu est de Barcelona”. Fran es valenciano, lleva 10 años en esta zona trabajando de monitor de esquí y de kayak y alternando con la temporada de invierno en el Pirineo. Muy majo. Como vive en un domo al lado de nuestra cabaña y la estufa de leña se enciende con un soplete que tiene él, hemos tenido la ocasión de charlar varias veces. Y le hemos pagado en euros (se alegró cuando le dije que le podía pagar en euros en vez de en dólares).

Los alrededores son muy bonitos, pero todavía hay demasiada nieve para poder visitar las atracciones más importantes, como el Crater Navidad. Tendríamos que haber alquilado raquetas de nieve y caminado 6 kilómetros sólo de ida. Decidimos que era un poco tarde para hacer esa excursión 🙂 y en su lugar, nos fuimos a dar un paseo cochero por una ruta escénica. Pero, a pesar del frío reinante, el coche se vovió a recalentar por las fuertes subidas y bajas velocidades (más que una carretera de grava, parecía un campo de minas), popr lo que tuvimos que dar media vuelta sin apenas haber iniciado el periplo.
