24 – 26 de febrero
Por fin abandonamos Ushuaia. Y esta nos despide con mal tiempo. En el Paso Garibaldi vamos a 30 a causa de la niebla. Así no da lástima abandonar un lugar. Nuestro objetivo ahora es El Calafate, con alguna parada de por medio.
Pero antes hacemos nuestra última excursión en Tierra del Fuego, por la carretera A (de grava y tierra, por supuesto) en la costa atlántica, hacia el cabo San Pablo, donde hay un carguero embarrancado desde el año 1985. Todavía llueve, por lo que la carretera parece un barrizal. El lugar es muy bonito, hay un faro en lo alto al que se puede llegar en 45 minutos de caminata (que no hacemos porque sigue lloviendo) y hay muchas aves a la vista (hay marea alta). Pero con la que está cayendo, cualquiera saca la artillería para fotografiarlas. Seguimos por la carretera hasta su final, con la esperanza de que entretanto deje de llover. Y no solo deja de llover, si no que incluso sale un sol espléndido. Volvemos al cabo San Pablo a ver el barco.

La marea está bajando y las aves están bastante lejos de la costa ☹. Hay que tener cuidado, porque en este cabo, el mar retrocede 11 km en la bajamar. No hay que adentrarse demasiado en la playa persiguiendo pájaros. La ventaja es que se puede observar el barco desde todos los ángulos.

Ahora hay que ir al norte, hacia Río Grande, donde pasaremos la noche. Y nada más llegar a Río Grande, en su arteria principal, amplia y asfaltada, un guijarro golpea nuestro flamante parabrisas nuevo. ¡Qué desastre! Nos ha durado 24 horas. El impacto no es demasiado grande, probablemente se pueda reparar. Nos pasamos hora y media buscando un establecimiento de reparación de parabrisas, en balde. O ya no existen o están cerrados. La información en Google sobre tiendas y establecimientos no es muy fiable. Después de que Marita lavara el coche a mano (aquí no parece haber túneles de lavado), nos hemos ido al apartamento que habíamos reservado. A la mañana siguiente y después de habernos informado con los autóctonos, vamos al único establecimiento en Río Grande que repara parabrisas. Pero como es sábado, está cerrado.
Seguimos hacia el norte y cruzamos la frontera con Chile (para tomar el transbordador hacia Patagonia) sin mayores problemas, consiguiendo esta vez introducir en Chile queso rayado de “contrabando”. En la carretera prácticamente no hay tráfico, por lo que pensamos que el cruce por Primera Angostura será rápido. Pues no, al llegar nos encontramos con una cola de camiones de al menos medio kilómetro y una larga cola de automóviles. Tras 45 minutos de espera, conseguimos embarcar en el 4° transbordador. Yo salgo a pagar y me pongo chopo con las olas que caen sobre la cubierta. Al desembarcar, los cristales están cubiertos de salitre y apenas se ve nada por las ventanillas laterales. Son las 4 de la tarde. Un cuarto de hora más tarde, escuchamos por la radio que el servicio de transbordadores está interrumpido a causa de las malas condiciones meteorológicas. Nos enteramos más tarde que el servicio se reanudó a las 20:30 horas. Esta vez hemos tenido suerte.
Antes de volver a cruzar la frontera hacia Argentina, queremos visitar el Parque Nacional Pali Aike, una zona de volcanes. El único pueblo que hay cerca del Parque es Villa Delgada, y es como un salto al pasado. El hostal oficial del pueblo está cerrado, aunque los lugareños nos digan que debe estar abierto. Estos nos consiguen una habitación en una de las casas de hospedaje (sin letrero alguno) que utilizan los trabajadores de la industria del petróleo (de hecho, nos guiaron hasta la casa). Como es fin de semana, las habitaciones están libres. La habitación que nos proporcionan no tiene llave. ¿Para qué? Nos pregunta la dueña, aquí todas las casas están abiertas. En el pueblo hay dos “restaurantes” donde te ofrecen sopa más un plato del día. Hemos comido en los dos, comida sencilla e insípida cobrada a precio de turista (no hay precios por ninguna parte). En fin, como en Chile no se puede entrar con comida, al menos nos alegramos de poder echar algo caliente al estómago. Visitamos el Parque por la tarde y volvemos a la mañana siguiente para terminar la visita. Visita que realizamos en la más absoluta soledad. Lo cual es normal, porque los turistas que suelen visitar el Parque se tienen que hospedar en Punta Arenas, a más de 200 km de distancia. El pueblucho donde nos hemos alojado vive orientado a la industria del petróleo y no se interesa por el turismo. Después de la caminata y la deliciosa comida en el pueblo, nos dirigimos a la frontera argentina.
