9 de enero
El segundo día, mientras hacemos tiempo antes de ir a Brasil, visitamos el Parque Güiráoga, donde recogen animales heridos o provenientes de la trata y a los que intentan reintegrar en la naturaleza. Visita guiada muy interesante.
Cogemos un taxi y nos vamos a Brasil. 40 minutos para cruzar la frontera. En la parte argentina no hace falta que te bajes del coche, en la brasileña sí. Y el taxista esperando pacientemente a que acabemos con los trámites.
El taxi nos deja a la entrada del parque nacional, donde personal del hotel das Cataratas nos trasladan hasta el hotel. ¡Y qué hotel!
Deliciosamente decadente, de estilo colonial y con un personal super atento. Tengo la impresión de estar en uno de esos hoteles de lujo donde se alojan los James Bond y compañía. Tenemos una habitación “superior”, que debe ser la más barata porque está en el ala más alejada del complejo. Era de esperar. Marita consiguió una super oferta por doscientos euros menos que el precio ofrecido por la agencia de viajes. Una ganga, vaya.
Hay una razón por la que he escogido pasar una noche en este hotel. El parque nacional en el lado brasileño abre al público entre las 9 y las 16 horas. Eso significa que desde las 7 de la mañana hasta las 9 y desde las 17 horas hasta que oscurece, los caminos del parque hacia las cataratas están exclusivamente transitados por los huéspedes del hotel. Os aseguro que es una experiencia única poder disfrutar de las vistas y las pasarelas sin gente y en horas sin tanto calor y con mejor luz.
Hay que añadir, que las vistas a las cataratas desde el lado brasileño son impresionantes.
Nos vamos con la sensación de haber disfrutado de algo especial y de que el gasto ha valido la pena. Vuelta a Argentina para tomar el vuelo de regreso a Buenos Aires después de pasar por el “Parque das Aves” y demorarnos 1 hora en el paso fronterizo. El avión lleva retraso, con lo que llegamos de madrugada al Hotel del Prado.